Vivir lentamente como respuesta al
ritmo acelerado del mundo contemporáneo,
parece una gran solución a casi todos los problemas que enfrentamos en la
ciudad actual.
Este discurso surgió en Italia en los
años ochenta, ligado en principio al movimiento Slow Food, de la mano del sociólogo
especializado en gastronomía Carlo Petrini.
Se trataba inicialmente de reivindicar la gastronomía tradicional como
un valor identitario, si bien esta idea se ha ido diversificando y hoy encontramos
también muchas referencias al Slow School, Slow Travel, Slow Money e incluso al
Slow Sex. Una escuela en que las clases terminan cuando se ha comprendido la
lección, viajes sin organización cuartelaria, consumo sensato y el Tantra como
referente en las relaciones sexuales. En definitiva prescindir de horarios y prisas en nuestra vida cotidiana.
Indudablemente es un ideario
atractivo, en el que prima la sostenibilidad
ambiental y se pone en valor la
sensorialidad y la emocionalidad del
individuo, frente al ritmo desenfrenado y la competitividad voraz
que acosa nuestras carreras profesionales, tan globales y complejas que a veces
las confundimos con nuestras vidas.
El movimiento Slow tiene un poderoso
componente personal; esto es, se hace presente al individuo mediante las
elecciones que éste toma de forma cotidiana. Se reivindica el derecho al ritmo
y tiempos propios, a conocer el origen y
proceso de lo que comemos, a poner en valor la identidad local… es casi una declaración de principios vitales.
Además enlaza directamente con directrices ecológicas de primer orden, como la
consideración del consumo sostenible, la permacultura, el reciclaje y la
protección ambiental.
Sin embargo, el discurso también puede
leerse como un intento de recuperar la vida pausada de nuestros abuelos, la
comida y los oficios tradicionales, un paisaje que se sustentaba mediante un modelo económico eminentemente agrario que ya no existe. Esta
recuperación forzada puede llevar a generar falsos escenarios de la lentitud, que solo resolverán algunos
intereses económicos relacionados con el turismo. Esto parece que ya es una
realidad en algunas de las ciudades pioneras del movimiento Slow, cuyas páginas
web solo se refieren en términos
turísticos o gastronómicos a su certificado como Cittaslow.
En el contexto de España existe una
pequeña red de seis ciudades Slow, que se han asociado bajo unos estatutos
comunes y en el marco de la Agenda 21. Esto pone de relieve la segunda
intención del movimiento Slowcity, generar una
red de ciudades nacional e internacional, entre las que se producen hermanamientos
y se comparten programas y proyectos. Las
condiciones generales para poder formar parte de red, además de no superar
los 50.000 habitantes, son las siguientes:
“- se lleva a cabo una política medioambiental que tiende a mantener y
desarrollar las características del territorio y del tejido urbano, valorizando
en primer lugar las técnicas de la recuperación y del reciclado.
- se desarrolla una política de infraestructuras encaminada a la
valorización del territorio y no a su ocupación.
- se promueve un uso de las tecnologías orientado a mejorar la calidad
del medio ambiente del tejido urbano.
- se incentiva la producción y el uso de productos de alimentación
obtenidos con técnicas naturales y compatibles con el medio ambiente, con
exclusión de productos transgénicos, estableciendo, donde sea necesario,
producciones protegidas destinadas a la salvaguardia y el desarrollo de las
producciones típicas en dificultad.
- se protegen las producciones autóctonas con raíces en la cultura y en
las tradiciones y que contribuyen a la tipificación del territorio, manteniendo
los lugares y los modos y proporcionando ocasiones y espacios privilegiados
para el contacto directo entre consumidores y productores de calidad.
- se promueve la calidad de la hospitalidad como momento de verdadera
vinculación con la comunidad y con sus especificidades, eliminando los
obstáculos físicos y culturales que puedan perjudicar la utilización plena y
amplia de los recursos de la ciudad.
- se promueve entre todos los ciudadanos, y no sólo entre los
operadores, la conciencia de vivir en una Cittaslow, con una atención
particular al mundo de los jóvenes y de escuela, a través de la introducción
sistemática de la educación del gusto.”
Los requisitos específicos que se determinan en los Estatutos tienen que ver con
implantar sistemas de depuración de agua y eficiencia energética, evitar
contaminantes en las actividades, proteger el paisaje y el patrimonio,
desarrollar actividades formativas y favorecer los sectores productivos
tradicionales y el pequeño comercio.
Parece inmediato aplicar los requisitos a una
región como Cantabria, de 102 municipios en la que solo dos superan los 50.000
habitantes y diez superan los 10.000. Existe un alto nivel de calidad ambiental
y paisajística, extensos programas educativos regionales que tienen que ver con
la protección del patrimonio natural… y el estilo de vida ya es bastante
“slow”.
Podría generarse fácilmente y de
manera inmediata una red de más de 50 municipios Slow, que además son vecinos
entre sí. Quizá podríamos dar un paso
más y hablar de “Cantabria Territorio Slow”. En realidad, buena parte de los municipios asturianos cumplen las mismas
condiciones…¿Será que el certificado Cittaslow no es más que una marca de
promoción turística? ¿En qué se diferencian las Slow Cities de sus ciudades
vecinas? ¿Es el movimiento Cittaslow una simple reivindicación de lo rural
frente a lo urbano?
Sin embargo hay un cambio real que pone en valor de forma cotidiana el ideario slow... cuando indagar el origen
de lo que compramos es cada vez más frecuente; cuando las energías limpias son una clara necesidad para muchos, y el consumo local está en pleno auge, parece
fácil imaginar que la era Slow ha
comenzado… o quizá nunca se fue.